En casi todas las familias llega un momento en el que
hay que enfrentar el cuidado de algún miembro de la familia, proporcionando
asistencia y apoyo diario a aquella persona que, ya sea por enfermedad, por
alguna discapacidad o por la edad así lo requiera.
Esto implica un cambio
importante en todo el entorno familiar y
en cada uno de sus miembros, que puede prolongarse en el tiempo y que puede
afectar seriamente, no solo a la persona que cuida, sino a sus hijos, a su
pareja y a su entorno social. Esto requiere de un gran esfuerzo para adaptarse
e las nuevas circunstancias, especialmente cuando estas desembocan en una
situación de dependencia.
Así las cosas, el reto es conseguir mantener una vida
familiar pacífica, saludable y activa, sabiendo
pedir ayuda e implicando al entorno en los cuidados.
El propósito de la
persona que cuida es, por supuesto, ayudar al otro. Y haciéndolo puede experimentar emociones positivas
como la ternura y el afecto de y hacia la persona que recibe los cuidados, la
vivencia de nuevos roles en su vida, la satisfacción por la superación de una
situación difícil o el aumento del sentido del humor como una herramienta para
enfrentar las dificultades.
Sin embargo, también con frecuencia, cuidar conlleva consecuencias físicas y
emocionales adversas. La persona que cuida puede experimentar cierto
descontrol emocional, vergüenza, estrés, sensación de ineficacia en la toma de
decisiones, inseguridad y aislamiento, por supuesto también cansancio físico y
mental, incluso miedo a perder al ser querido.
Una
situación prolongada de cuidado amenaza la salud física y mental de la persona que asume la responsabilidad
de cuidar. Por esto, hay que cuidar bien sí, pero sin renunciar a la propia
vida, ni a los proyectos, ni a las cosas que las que se disfrutan, para que
esta situación no afecte negativamente a la persona cuidadora y en consecuencia,
a la persona cuidada y a su calidad de vida.
Por eso, el
cuidado debe ser compartido.
El propósito
de implicar a la familia en el cuidado es conseguir el reparto de tareas y
reorganizar la vida familiar. Y para conseguir esto habrá que tener en cuenta, qué
personas están dispuestas a participar en los cuidados, cuál es el grado de
compromiso que cada uno puede asumir teniendo en cuenta sus circunstancias,
identificar las capacidades de los miembros de la familia para implicarse en
los cuidados y cuáles son las limitaciones
de cada uno para poder prestar ayuda.
Teniendo en cuenta todo lo anterior habrá que
concretar:
-Quién se va a ocupar de qué.
-Cómo se va a hacer cada tarea.
-Cuándo se va a llevar a cabo.
Un buen
ambiente familiar es fundamental cuando hay que asumir el cuidado de uno de los
miembros. La
relación de pareja y la relación con los hijos, con los hermanos y hermanas
incluso cuñados y cuñadas es esencial a la hora de contar con la ayuda de personas
de confianza con quienes compartir las
responsabilidades.
Cuando un miembro de la familia se encuentra en
situación de dependencia y es atendido en casa, es muy habitual que sea una
mujer de la familia quien asuma la carga de trabajo y la responsabilidad del
cuidado, incluso que sea ella misma quien se muestre reacia a compartir esta
tarea, no se deja ayudar, bien por
desconfianza respecto a cómo serán los cuidados que proporcionen otras personas,
ya que aceptar ayuda implica aceptar el modo como otras personas nos pueden
ayudar, o por miedo al reproche social por no cumplir con lo que
tradicionalmente se espera de ellas.
En estos casos se hace necesario reflexionar y
entender que cuando el cuidado es compartido mejora en calidad (tanto para el
cuidador como para la persona en situación de dependencia) y a la vez el grupo
familiar se siente mejor.
Al principio, como en casi todo, es normal que haya
desacuerdos entre los miembros de la familia respecto cómo organizarse y cómo
llevar a cabo las tereas que se requieran.
Las personas que van a asumir los cuidados tendrán que
dialogar y negociar lo más
serenamente posible, buscando alternativas y soluciones consensuadas, entendiendo la situación y las necesidades
de todos. Ni todos tienen la misma disponibilidad para ayudar, ni todos
tienen que hacer lo mismo, cada uno puede aportar en la medida de sus
posibilidades, habilidades y limitaciones. Incluso será positivo negociar contraprestaciones
que permitan que todos los miembros de
la familia sientan que les merece la pena compartir los cuidados.
También te puede interesar: