En los últimos años,
se ha producido un preocupante aumento del número de denuncias en los servicios
sociales y judiciales por parte de padres que sufren violencia de parte de sus
hijos.
Esta violencia de los
hijos hacia los pares alcanza su máximo nivel y se hace más evidente en la
adolescencia. Sin embargo, esta situación es el fruto de determinados patrones
de interacción familiar contraproducentes, que son los que propician que los
hijos e hijas se conviertan primero en niños caprichosos y después en
adolescentes déspotas, incluso violentos.
Conocer, identificar
y romper esos patrones, se hace imprescindible para reconducir la situación y
encontrar una solución.
¿Cómo son los hijos
que ejercen la violencia sobre sus padres?
Para estos hijos/as,
la satisfacción de sus propios intereses es su principal objetivo y la
agresividad es su manera de conseguirlo. Son personas egocéntricas, con baja
tolerancia a la frustración, ira y falta de empatía. Se sienten espaciales y
carecen de normas morales de convivencia. No aceptan responsabilidades ni
exigencias y generalmente rechazan cualquier actividad educativa o formativa.
Los demás, son para ellos un instrumento para satisfacer sus deseos y cuando se
resisten a serlo se convierten en un obstáculo con el que hay que enfrentarse o
del que hay que librarse, por qué no admiten otros puntos de vista, ni
necesidades, más que las suyas. Y consideran el hogar familiar como un
alojamiento con todas las ventajas y ninguna responsabilidad que asumir,
llegando a ser verdaderos déspotas con sus padres.
¿Cómo son los padres
que reciben la violencia de sus hijos?
En estas familias,
generalmente encontramos una relación tan igualitaria entre los padres y los hijos
que acaba produciendo un desequilibrio en la relación entre estos muy
relacionado con el desarrollo de este tipo de conductas.
O bien son padres
que, por convencimiento, evitan ser vistos por sus hijos como autoridad, y se
autodefinen como amigos o compañeros de sus hijos. Padres que eluden imponer
reglas y normas, que prescinden de cualquier tipo de privación por qué creen
que daña la autoestima de sus hijos, que piensan que el crecimiento está en la
libertad, y que tratan de evitar la frustración en sus hijos.
O bien, encontramos
padres que proporcionan una guía y supervisión parental inadecuadas, en la que
el adolescente asume una excesiva autonomía para la que no está todavía
preparado, que fácilmente deriva en violencia. Con una falta de estructura
jerárquica entre padres e hijos que dificulta el establecimiento claro y coherente de normas y límites.
A partir de estos
estilos encontramos:
Familias en las que
prevalece un estilo permisivo-liberal, sobreprotector y sin normas
consistentes. El exceso de protección y la alta permisividad impiden ejercer su
autoridad a los padres, los deseos de los niños suelen ser satisfechos
inmediatamente y se les evita cualquier tarea que requiera un mínimo esfuerzo y
con normas inconsistentes y contradictorias. Originando adolescentes con muy
baja capacidad de tolerar la frustración, cada vez más exigentes, al mismo
tiempo que sus padres van renunciando a su autoridad y finalmente se ven
incapaces de frenar los comportamientos violentos de sus hijos.
Familias, al contrario,
donde predomina un estilo autoritario-represivo, con interacciones muy rígidas
y agresivas en las que se aprende que el uso de la violencia facilita conseguir
lo que uno quiere. El control parental se ejerce de manera inflexible, mediante
castigos corporales, humillaciones y rechazos. Lo que provoca en los
adolescentes resentimiento, rechazo y frustración, llegando a recurrir a la
violencia para rebelarse o incluso vengarse de sus padres.
También familias
donde predomina un estilo negligente-ausente, donde los padres son incapaces de
desempeñar su rol parental y los hijos asumen responsabilidades de adulto.
Suelen ser familias que están viviendo un gran estrés familiar, que hace que se
descuiden las funciones y roles de los adultos. Esta carga puede ser
insoportable para algunos adolescentes que recurren a la violencia para
rechazar este rol que no les corresponde.
En todos estos casos
encontramos un cambio en las relaciones de poder de la familia, que se repite
en las situaciones de violencia. Se refuerza gradualmente la inversión en la
jerarquía de poder cuando los hijos perciben que sus conductas atemorizan a sus
padres y estos, a la vez, cambian su rol de autoridad por el de víctimas.
Cristina Enseñat Forteza-Rey
Psicóloga General Sanitaria
Orientadora Familiar
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