Cuando una pareja
forma una familia reconstruida, generalmente esperan encontrar la alegría, la
felicidad y la paz que no tuvieron o perdieron en sus relaciones anteriores.
Sin embargo, esto no es tarea fácil.
Una familia
reconstruida es aquella que se forma después de una separación o divorcio, o
después de haber enviudado y donde, al menos un miembro de la pareja aporta uno
o varios hijos de una relación anterior.
Estas familias, en su
adaptación tienen que afrontar las mismas dificultades que cualquier otra
familia común, además de las complicaciones especiales, propias de su particular
situación. Por supuesto los miembros de la nueva familia tendrán que aprender a
vivir juntos y a llevarse bien, teniendo en cuenta que los padrastros o
madrastras se encuentran con una familia ya formada desde el primer día y sin
olvidar la existencia de ex cónyuges, abuelos, nietos o amigos que también
tienen que acomodarse a la nueva situación. Lograr el éxito en esta adaptación
va a requerir tiempo y no poco esfuerzo.
Estas segundas o
terceras familias nacen siempre de una pérdida. Antes de la formación de estas
nuevas familias, siempre ha sucedido una muerte, separación o divorcio, y no se
pueden obviar los sentimientos que acompañan a esa pérdida, independientemente
de las circunstancias, tanto en los adultos como en los niños, que tienen que
elaborar su duelo por la pérdida de su primera familia y no lo harán todos al
mismo ritmo, ni de la misma manera. Así, no es extraño descubrir que estos
sentimientos crean tensión, especialmente si no se está dispuesto a
reconocerlos y hablar de ellos.
Los adultos
(padrastros o madrastras) pueden ayudar, aceptando esta tensión y su origen y
entendiendo que es un reto que requiere tiempo y paciencia para ser superado.
Los miembros de las
familias reconstruidas tienen diferentes historias personales. Si ambas partes
aportan hijos a la familia hay varias series de historias y relaciones que
deben ser reconocidas, en las que a veces alguien puede sentirse como un
extraño y los demás miembros de la familia tendrán que adoptar una perspectiva
distinta para que todos se sientan incluidos.
Tanto los niños como
los adultos tienen una historia previa con diferentes costumbres y formas de
hacer las cosas, cada persona tiene sus propios hábitos, actitudes, valores y
preferencias, que se deben tener en cuenta para poder conciliar necesidades y
momentos vitales muy diferentes a medida que se avanza en la convivencia
cotidiana y conseguir ajustarse puede resultar caótico. Es por esto que actuar
y sentirse como una familia formada por primera vez, en realidad, es imposible.
Estas diferencias en
valores y tradiciones no están ni bien ni mal, simplemente han de ser tenidas
en cuenta. Cuanto mayores sean los padres y los hijos, más larga será la
historia que traigan detrás y más las diferencias posibles. La relación de una
familia biológica con cada hijo comienza en el nacimiento, en una familia
reconstruida el nuevo padrastro o madrastra se convierte en un padre o madre
instantáneo, de personas que pueden parecer como extraños, incluso puede ser
que ni siquiera se gusten. Esperar amor automático entre los miembros de la
nueva familia es, al menos, poco realista. En realidad la construcción de estas
nuevas relaciones requiere de compromiso, tiempo y voluntad.
Puede ocurrir también
que, en este intento por construir relaciones positivas entre los hijos y el/la
padrastro o madrastra, especialmente la mujer, puede estar tan decidida a
superar el estereotipo de madrastra insensible, cruel y malvada de los cuentos,
que trate por todos los medios de convertirse en una “super-mamá”, rol que
puede llegar a ser muy abrumador para la familia y desalentador y frustrante
para la “super-mamá” al no verse correspondida en sus esfuerzos.
Los niños y niñas de
entre 9 y 15 años son los que se encuentran en la etapa más difícil para la
adaptación a la situación de la nueva familia reconstruida, pudiendo sentirse desplazados o enfurecidos. A esta edad suelen
tener fuertes problemas de lealtad cuando la nueva pareja de su padre o madre
entra en la familia, porque sienten que son desleales con el padre o madre
ausente si ellos aceptan al nuevo padrastro o madrastra, incluso pueden tener
la fantasía y el deseo de que los padres biológicos vuelvan a juntarse,
aferrándose a la idea de que su vida sería mejor si su padre o madre “real”
estuviera presente.
Los niños y niñas de
menor edad han tenido menos tiempo para establecer fuertes lazos de lealtad y
pueden adaptarse mejor a los cambios. Y los adolescentes mayores pueden estar
más preocupados por salir ellos del nido y no tanto por lo que haga su padre o
madre.
Construir unarelación de pareja sólida es una parte importante en la formación de una
segunda familia estable. Una pareja fuerte, que trabaja como un equipo, tiene
menos riesgo de terminar su relación que las parejas que se ven involucradas en
las luchas por el poder en la disciplina de los hijos/as, problemas con los ex cónyuges,
abuelos y parientes de la familia y otros desafíos que tienen que enfrentar las
familias reconstruidas, que pueden ser fuente de tensión y estrés.
Para facilitar la
adaptación, la pareja tiene que ser consciente de las muchas dinámicas que se
están produciendo y entender que los sentimientos de pérdida, de deslealtad y
el rechazo forman parte del proceso.
Algunas cosas que
pueden ayudar a la adaptación son:
Que el padre/madre y el
padrastro/madrastra intente pasar tiempo con cada niño de forma individual,
para establecer o mantener un vínculo más fuerte.
Que el
padrastro/madrastra apoye al padre/madre biológico en lugar de disciplinar
directamente al hijastro/a
No mostrarse
abiertamente hostiles y negativos sobre los padres ausentes y los amigos y
familiares relacionados.
Crear nuevas tradiciones
familiares que ayuden a todos los miembros a sentir que forman
parte de la nueva familia, trabajando por desarrollar un estilo propio que sea
comprensivo y flexible.
Cristina Enseñat Forteza-Rey
Psicóloga General Sanitaria
Orientadora Familiar
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