La
violencia de los hijos hacia los padres (como todas las situaciones de
violencia intrafamiliar), es una situación altamente destructiva que altera la
percepción del desarrollo normal de las relaciones del niño o adolescente y sus
padres y educadores.
Estas
situaciones tienen su origen en la infancia del niño y se van desarrollando
hasta convertir las relaciones entre padres e hijos en extremas e
insoportables, adquiriendo progresivamente unos niveles de violencia que
alteran la vida familiar y el desarrollo de la personalidad de los hijos.
Se trata de un tipo de violencia que crece y escala gradualmente
en sus manifestaciones, en un proceso que puede durar años y que no se detiene
ni siquiera cuando se consigue la sumisión y el control total sobre los padres.
Puede empezar con insultos y
descalificaciones, desafío de las normas del hogar consiguiendo siempre pasar
por encima de estas, luego amenazas y rotura de objetos y luego agresiones de
todo tipo.
Si
estos comportamientos se inician en la pubertad o en la adolescencia, es
posible que los padres normalicen la situación atribuyéndola a la “edad”, a la
normal rebeldía que acompaña esta etapa. A partir de aquí, los padres van
soportando cada vez más episodios violentos, cada vez más frecuentes y más
intensos.
Estas
relaciones de violencia hacia los padres se mantienen y se consolidan, por una
parte, por la negación que hace la
familia de esta situación. Reconocerla sería como reconocer que se ha
fracasado como padres ante si mismos y ante la sociedad. Así que los padres tienden a tolerar
situaciones muy graves de violencia antes de ser capaces de tomar medidas.
Estos padres maltratados intentan preservar su propia imagen y la de sus hijos
y mantener la idea irreal de la armonía y la paz familiar, mediante su silencio.
Para
poder mantener el secreto familiar estos padres rechazan la confrontación o la
discusión abierta sobre las conductas violentas que sufren, minimizándolas,
evitan imponer castigos, responden de manera inconsistente a las agresiones y
rechazan la idea de solicitar ayuda externa. Todo esto agrava la situación de
violencia (por la total impunidad de la que goza el hijo agresor) y hace que
cada vez sea más difícil guardar el secreto de cara al exterior. De esta manera
disminuye el contacto social, se va aislando el núcleo familiar y esto facilita
al hijo agresor conseguir sus objetivos, lo que favorece que se siga
manteniendo el secreto, entrando en un círculo vicioso que mantiene y agrava el
problema.
Por
otra parte, para el menor agresor todo son ventajas, los menores que agreden a
sus padres consiguen llegar a la hora que quieren, disponen del dinero que
desean, deciden qué y cuándo se come…consiguen poder y dominación.
De
esta manera, el hijo que agrede a sus padres consigue dominarles por medio del
miedo, utilizando la amenaza y la agresión como medio para conseguir la
sumisión de sus padres que van olvidando y dejando atrás su rol parental.
I
llegados a este punto ¿qué se puede hacer?
El
primer paso implica que los padres realmente tomen conciencia de la situación y
quieran cambiarla y salir de esta dinámica.
Para
esto es necesario reflexionar y hablar. Y romper
el silencio que ha contribuido a crear y mantener la situación.
Conocer
las causas que provocan esta situación y que alimentan esta espiral de
violencia, ayuda a los padres a desculpabilizarse
en su actuación como padres y a reconocer el problema en su propia situación y
les permite orientarse en el camino de buscar una solución.
Pedir ayuda,
implica conocer las posibilidades de denuncia, contacto con la policía, con los
servicios sanitarios y con los servicios sociales, que puedan ser capaces de
dar una primera respuesta a las necesidades de estos padres, así como ayudarles
en la creación de una red de apoyo, en el control de la violencia y en el
restablecimiento del vínculo con el hijo agresor.
Estos
padres deberán trabajar para recuperar la confianza en si mismos como padres y
en reducir la culpa y la vergüenza que esta situación haya generado en ellos.
Es imprescindibles que los progenitores recuperen su rol de padres, su
autoridad y al mismo tiempo, la esperanza y la confianza en el cambio de las
conductas y actitudes de su hijo. Y para conseguir esto van a necesitar fuerza,
recursos, ayuda y apoyo.
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