Actualmente
no es extraño que personas que habiendo alcanzado ya la edad adulta, por
motivos sociales y económicos, continúen
conviviendo con sus padres y también con sus hermanos.
Algunas
veces son personas que trabajan y tienen ingresos, otras veces siguen
estudiando y no disponen de ingresos estables. Unos no se plantean
independizarse, a otros les gustaría hacerlo, pero no lo hacen por falta de
medios. Y otros, después de haberse independizado, regresan al hogar de sus
padres por alguna circunstancia personal, como la falta de empleo o un
divorcio.
La
relación entre padres e hijos empieza incluso antes de nacer, cuando los padres
preparan el mejor ambiente para la llegada de su bebé con todo su amor. Es un
largo camino de atención y cuidados que poco a poco se irá transformando, a
medida que el niño vaya creciendo.
Los padres tendrán que ser capaces de adaptarse a los
cambios que tendrán lugar en su vida a medida que los hijos vayan adquiriendo
autonomía, adaptando los cuidados, la
comunicación y la convivencia, a las necesidades de cada momento, desde la
total dependencia del recién nacido a la independencia que como adultos van a alcanzar, y obtener en el
proceso las habilidades y herramientas que les permitirán enfrentar los
posibles conflictos.
En
el desarrollo de la vida familiar habrá momentos
de crisis, momentos de gran intensidad emocional, urgentes de resolver y
muy preocupantes, que son inevitables y que, al mismo tiempo, son necesarios para que cambien las
relaciones en el seno de la familia y se ajusten a las distintas
necesidades de cada situación.
La
convivencia entre adultos puede entenderse como una convivencia entre iguales,
sin embargo siendo todos adultos la manera de relacionarse no es equiparable
a la que se pueda mantener con otros adultos, ya que los padres nunca dejan de ejercer como padres, especialmente cuando
siguen siendo proveedores y hay que tener en cuenta la historia y la
relación familiar previa.
Pueden
surgir fácilmente conflictos por el derecho a tomar decisiones, por la
organización de las responsabilidades diarias, por motivos económicos, por
tener proyectos contradictorios, o cuando los hijos no responden a las expectativas
paternas o a la inversa, en realidad en cualquier situación que tenga que ver
con las obligaciones y derechos de cada
uno, con encontrar el equilibrio entre
autonomía y dependencia.
Estas
situaciones obligan a todos a buscar nuevas maneras de afrontar las
circunstancias que generan problemas en la convivencia, con grandes dosis de cariño, respeto y comunicación.
Para
facilitar la solución de los conflictos de la convivencia entre adultos no hay
recetas. En general conviene continuar haciendo todo aquello que sabemos que
funciona, dejar de hacer las cosas que no dan resultado y buscar otras formas de gestionar las situaciones conflictivas que
ocurran con frecuencia.
Esto
será más sencillo si se plantean las situaciones que resultan conflictivas de la manera más objetiva y concreta
posible, intentando poner el foco en
lo que se prefiere que ocurra y no tanto en el problema, intentando plantear varias alternativas para
solucionar el problema y pedir a los demás implicados que aporten a su vez sus
propuestas, buscando entre todos llegar
a algún tipo de consenso.
Esto
va a requerir mucha flexibilidad por
ambas partes, flexibilidad tanto en la manera de entender la relación, como a
la hora de buscar alternativas, acuerdos y compromisos que permitan solucionar
los conflictos en la convivencia., prevenir futuros conflictos y mejorar la
relación de padres e hijos.
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