¿Con cuanta
frecuencia escuchamos (o decimos) frases como: “lo tiene todo desordenado!”, o “es
que tengo que repetirle las cosas veinte veces!”?
Algunos niños se
resisten a asumir las responsabilidades que les corresponden según su edad y
otros, tal vez, no tienen oportunidad de aprender las actitudes responsables apropiadas.
¿A qué puede deberse esto? Y ¿Qué podemos hacer los padres al respecto?
Educamos a los hijos
para que lleguen a alcanzar la capacidad de ser independientes, para que puedan
llegar a tomar decisiones acertadas y valerse por si mismos. Y esto no se
consigue de la noche a la mañana, sino que es un proceso largo que empieza en
la familia y continua en la escuela y en el entorno social.
No nacemos siendo
responsables, la responsabilidad se va adquiriendo, los niños tienen que aprender
a aceptar y afrontar las consecuencias de lo que hagan, piensen o decidan,
imitando a los adultos y mediante la aprobación social que reciban por ello. Así
que educar a nuestros hijos en la responsabilidad no es una tarea fácil, sino
que solamente se consigue con el esfuerzo diario de padres y educadores.
El desarrollo de la
responsabilidad es progresivo y depende de cada persona y de su contexto, cada
niño o niña lo desarrollará a su ritmo, algunos aspectos más y otros menos.
Debemos ser
cuidadosos en ver hasta dónde se puede exigir a un niño o hasta dónde es capaz
de actuar según su madurez. No sería realista esperar que un niño de 2 años se
haga la cama solo, pero sí podemos enseñarle a colocar sus zapatillas en su
sitio cuando se las quita. Igualmente no podemos exigirle a un niño de 5 años
que vaya solo al colegio, pero sí que nos ayude a poner y quitar la mesa, por
ejemplo.
Generalmente, hasta
los ocho o nueve años a los niños les encanta ayudar, tienen deseos de ser
buenos y suelen cumplir las órdenes al pie de la letra y con facilidad, siempre y cuando les hayamos enseñado a
hacerlo.
A partir de los nueve
años pueden ya ser bastante autónomos y responsables en la organización de sus
propios materiales, ropa, ahorros. Aunque muestren cierta dependencia les gusta
tomar decisiones y comienzan a oponerse a los adultos con cierta rigidez,
queriendo hacer valer su propio criterio.
A partir de los 11 o
12 años La influencia de los amigos comienza a ser decisiva y su conducta
estará influenciada en gran parte por el comportamiento que observa en sus
amigos y amigas o compañeros de clase. Los hermanos y hermanas mayores tienen
más influencia sobre ellos que los padres. Aparece una etapa en la que la
crítica suele ser muy frecuente y dirigida hacia sus padres y profesores; no le
gusta que le traten de un modo autoritario, como a un niño; reclaman autonomía
en todas sus decisiones. Quiere ser como los mayores. Tiene sentido de
responsabilidad, trata de cumplir sus obligaciones y se hace más flexible en
sus juicios. Su comportamiento es mejor fuera del entorno familiar. Tiene
capacidad para valorar lo bueno o malo de sus acciones, puede pensar en las
consecuencias, conoce con bastante objetividad sus intenciones y desea obrar
por propia iniciativa, aunque se equivoque.
Antes
de encomendar tareas a los hijos conviene tener muy claras las responsabilidades
de cada miembro de la familia, y para esto los adultos deberán ponerse de
acuerdo sobre cuáles son las tareas que se le van a pedir, e incluso escribirlas en un mural o panel de
corcho. Cada uno debe saber qué tiene que hacer, cómo y cuándo debe hacerlo
para que se responsabilice, haya colaboración en las tareas comunes de la
familia y no se cargue de tareas a un miembro en particular. Evitando las
incoherencias y la discrepancia entre lo que exigen o permiten unos u otros
miembros de la familia, esto favorece el incumplimiento de las tareas que se le
encomiendan al niño, así como su justificación para no hacerlas.
Así que manos a la obra:
1-
Busquen ocasiones para alabar con realismo y precisión: “qué bien has colocado hoy tus juguetes”
2
- Señalen límites adecuados y concretos a las acciones que
no deseen que repitan sus hijos/hijas: “cuando rompas un juguete de tu hermana,
tendrás que darle uno de los tuyos a cambio”
3
- Dejen claras las normas de comportamiento: “se mastica con la boca cerrada”
4
- Reconozcan y valoren sus esfuerzos, no sólo el resultado
final: “hoy la cama te ha quedado mejor
que ayer, cada día lo haces mejor, sigue así”
5
- Transmitan entusiasmo e implíquense en los asuntos e
intereses de sus hijos: “me encantan tus ………………..¿
me los enseñas?”
6
- Comprendan que deben desenvolverse solos ante las
dificultades y felicítenles cuando las resuelvan adecuadamente.
7
– Escuchen a sus hijos con paciencia y sin interferencias
de televisión, radio, etc.
8
- Consideren que ustedes, padre y madre, son modelos constantes
de referencia y que les van a imitar.
9
- Favorezcan la participación de los hijos e hijas para
decidir algunos asuntos y elegir entre posibilidades. “¿qué prefieres llevar al parque la pelota o el patinete?”
10
- Inviten a sus hijos a contar sus experiencias para crear
un clima de confianza y diálogo. “¿Cuál ha
sido hoy la mejor clase? o ¿cómo te lo has pasado en la fiesta de tu amiga, habéis
jugado a algo nuevo?
11
- Hagan referencia a la conducta que no les parece adecuada
y no la mezclen con otras conductas anteriores. “los libros que has estado mirando están sobre tu cama, recógelos y guárdalos,
por favor”
12
– Ayuden a sus hijos a verse de modo realista, reconociendo
sus valores y sus dificultades.
13 –Dejen
que sus hijos experimenten las consecuencias naturales de sus acciones.
14 – Permítanles
cometer errores y tener que rectificar.
Como
padres lo que queremos para nuestros hijos es que sean felices. Alguna vez,
equivocadamente, podemos pensar que esto se consigue evitándoles enfrentar
dificultades o anticipando y cubriendo todos sus deseos y necesidades o
cediendo a todas sus demandas; nada más lejos de la realidad. Tal vez, en un
primer momento con esto consigamos una satisfacción inmediata del niño, pero a
la larga librar a los niños de las dificultades del día a día y hacer por ellos
las cosas que ya pueden hacer por si mismos, convierte a nuestros hijos en personas débiles e
indecisas, y dificulta su proceso de aprendizaje, de adquisición de la responsabilidad
y de crecimiento personal.
Así
que es imprescindible dictar normas con afecto, sin dejarse llevar por el
nerviosismo del momento y formularlas de manera positiva para que el niño sepa
lo que tiene que hacer y lo que no y las consecuencias de incumplir lo acordado
y también estar muy atentos a su buen comportamiento para alabarlo y reforzarlo
adecuadamente. Sin olvidar que todo se aprende con la práctica y que nosotros,
los padres y madres somos el espejo en el cual nuestros hijos se miran, por eso
actuar con control y de manera responsable, será fundamental para que nuestros
hijos aprendan y se conviertan en adultos responsables también.
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