lunes, 28 de marzo de 2016

Cómo hablar de la muerte con nuestros hijos.



Encontrar las palabras adecuadas para hablar de la muerte no resulta nada fácil y menos aún si se trata de comunicárselo a los más pequeños.

Hoy en día, en nuestra sociedad, existe la tendencia a alejar a los niños cuanto sea posible de la presencia real de la muerte. En general, procuramos que “sepan” lo menos posible, de esta manera si preguntan algo sobre la muerte tal vez intentamos cambiar de tema  o respondemos con evasivas.

Cuanto más, si en nuestro entorno familiar tiene lugar una muerte, normalmente tratamos de alejar a nuestros niños de esta experiencia, se les aparta, se les lleva a casa de algún amigo o vecino para que estén distraídos y “no se enteren”, y procuramos no hablar, ni llorar, ni “sentir” delante de ellos. Siempre con la mejor intención y pensando que lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos es evitarles el dolor y el sufrimiento que la muerte de nuestros seres queridos provoca.

Pero, ¿es saludable alejar a nuestros hijos, a los niños, de la realidad de la muerte? 

Ocultarla, callar o dar respuestas y explicaciones erróneas acerca de la muerte sólo hará que ésta, además de resultar sumamente dolorosa, pueda convertirse en algo complicado o patológico.

Los niños y los adolescentes acusan también la muerte de sus seres queridos, sienten y se cuestionan muchas cosas. Sus preguntas, sus temores, sus inquietudes y su dolor han de ser escuchados y atendidos.

En el momento en que nos planteamos hablar y atender a los niños y adolescentes cuando fallece una persona de su entorno nos asaltan muchas dudas:
«¿de qué manera puedo explicarle lo que ha sucedido?
 ¿es mejor contar o no contar? 
Y si me pregunta ¿qué le digo? 
¿cómo puedo ayudarle a elaborar su duelo? 
¿es bueno que nos vea llorar?"

Como ya he dicho antes ellos quieren saber.  Y si no obtienen respuestas o éstas son confusas, elaborarán sus propias teorías acerca de lo que significa morir, cosa que sin duda hará aumentar su sufrimiento.

Cuando un niño nos pregunta, es porque necesita aclarar lo que él mismo ya intuye o se imagina. Es importante fijarse en qué nos pregunta y responderle de acuerdo a su edad y a su momento evolutivo, pero siempre ser sinceros respondiendo a sus dudas. Esto le calmará y le servirá para confiar en nosotros.


La información que le demos al niño o al adolescente, sobre la muerte o sobre la muerte de un familiar, no tiene por qué ser dada “de golpe”. Podemos ir haciéndolo poco a poco, respondiendo las preguntas, dudas y observaciones que él mismo nos vaya haciendo y en función de la capacidad emocional y la edad del niño que le permita poder comprenderla e integrarla.

Debemos hablar sobre la muerte en términos reales, explicándoles especialmente que la muerte es definitiva y que con ella se terminan todas las funciones vitales, es decir, que la persona ya no puede ver, ni  oír , ni sentir de ninguna manera. Para esto podemos utilizar ejemplos de la naturaleza que el propio niño haya visto (un pájaro muerto, su pececito…)
Sin embargo el uso de metáforas, como “se ha ido a un largo viaje” , “ahora está en otro lugar mejor” puede confundirles. Los niños más pequeños todavía no están preparados para comprender determinados conceptos simbólicos, sino que interpretan de manera literal aquello que les decimos, y podemos provocarles aún más angustia “¿porqué se ha marchado sin mí?”, ¿cuando puedo yo marcharme con él?

Debemos ayudar al niño a que pueda expresar y aclarar todas aquellas dudas que puedan inquietarle o preocuparle como consecuencia de la muerte de un ser querido, y para esto es fundamental escucharles.

Si el niño muestra sentimientos de culpa deberemos asegurarnos de que comprenda que él no es responsable de la muerte de su familiar.
Es fundamental poder dar seguridad y protección, especialmente a los niños más pequeños, para prevenir su temor a que otro familiar cercano pueda morir. Debemos tranquilizarles y decirles que nosotros estamos bien y que le vamos a cuidar.

Los niños y adolescentes pueden inquietarse por su futuro y temer que su mundo se desmorone, a raíz de la muerte acontecida. Debemos transmitirles, en la medida que nos sea posible, seguridad y confianza sobre la continuidad de sus vidas.
También pueden sentir mucha angustia al pensar que se olvidarán de la persona que ha fallecido. Es importante hacerles ver que la muerte no significa olvidarnos de esa persona. Para esto, podemos compartir  con ellos los recuerdos, las historias o las fotos y hablarles de que esa persona  siempre estará en nuestro corazón y en nuestra memoria. Hablar de esa persona con asiduidad y normalidad les ayudará enormemente a elaborar su duelo.

A partir de los seis años, aproximadamente, los niños pueden participar en los ritos que se lleven a cabo por la muerte de un familiar (velatorio, entierro, funeral). Los niños y adolescentes necesitan despedirse de la persona fallecida. Participar en estos ritos, siempre que se los expliquemos con anterioridad y acompañándoles en todo momento facilita que se sientan integrados y unidos a la familia en la experiencia de despedida. 



Todos los niños y adolescentes elaboran el duelo tras la pérdida de un ser querido y significativo para ellos. Necesitan despedirse y atravesar su duelo acompañados. Es esencial que sus familiares se muestren cercanos y compartan con ellos sus emociones. Así les ayudaremos enormemente a poner palabras a su dolor y a recolocar sus emociones y sus sentimientos.
El apoyo y los recursos que su entorno les puedan ofrecer (comprenderles, contenerles y acompañarles)  son esenciales para que la vivencia de la muerte no les deje vulnerables y les perjudique en su desarrollo. 

Sus estados de ánimo son más cambiantes, los niños no pueden mantener un estado de aflicción por mucho tiempo y esto hace que pasen de momentos de pena, a otros momentos de actividad normal como jugar, dibujar, ver la televisión, etc. Estos cambios son normales en el niño en duelo.

Los niños expresan sus emociones utilizando recursos distintos a las palabras: tienden a expresar más su pena con su cuerpo y su comportamiento pueden manifestar dolores físicos y cambios de comportamiento.
El juego, el dibujo y los cuentos sirven a los niños como medio de expresión. Acompañándoles y animándoles a que dibujen, jueguen o inventen historias, les estaremos ayudando a expresar sus sentimientos y a  comprender y elaborar su duelo.










Cristina Enseñat Forteza-Rey 
Psicóloga General Sanitaria
Orientadora Familiar 



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jueves, 17 de marzo de 2016

Coparentalidad: preservar el vínculo como padres después del divorcio



Una de las situaciones más estresantes que puede sufrir una familia es la separación o divorcio. El divorcio de la pareja afecta necesariamente a todos los miembros de la familia, tanto a los padres como a los hijos.

La manera como los padres afrontan la separación influye directamente en las consecuencias emocionales que pueden manifestar los hijos, por lo que es muy importante mantener una relación positiva y estable que promueva el bienestar psicológico de los menores. Esto se consigue reduciendo el nivel de conflictividad a que se ven expuestos los hijos, intentando mantenerles al margen de las tensiones y desavenencias paternas y fomentando una relación apropiada entre ambos progenitores y los/as hijos/as.

Generalmente la conflictividad entre la pareja tiende a disminuir con el paso del tiempo, sin embargo, según algunos estudios entre un 15-20% de las personas separadas con hijos, mantienen un alto nivel de conflicto respecto a temas como el reparto de bienes, el régimen de visitas de los hijos, la manutención y otros,  incluso dos años después de la separación. Estos conflictos pueden cronificarse y llegar a ser devastadores para todos los miembros de la familia. 
Especialmente se provoca un gran daño emocional a los hijos cuando se les obliga a posicionarse respecto a uno de los progenitores, cuando se les utiliza de “informantes” de los que hace o dice el/a otro/a,  cuando se les chantajea emocionalmente y cuando se busca en ellos un aliado para hacer campaña de desprestigio contra el/a otro/a.



Los padres y las madres que tienen la custodia exclusiva, manifiestan tener dificultades y preocupaciones semejantes en el periodo inicial de la separación: dudan si su actuación como padre/madre es adecuada, pueden sentirse angustiados y experimentar estrés psicológico, síntomas depresivos y pocas relaciones sociales o aislamiento. Como consecuencia de esto se suele producir un deterioro en las prácticas educativas, con un menor control sobre las situaciones y normas menos consistentes. En muchos casos los menores se convierten en la única fuente de apoyo emocional para el/la adulto/a, pudiendo generarse problemas de adaptación que pueden suponer un riesgo en la educación de los hijos.

Así pues, la separación de la pareja, puede suponer una experiencia traumática para los menores y es especialmente importante, aunque la pareja tenga dificultades para comunicarse, hacer un esfuerzo especial por sus hijos y favorecer que la relación entre ellos sea lo más positiva posible. Con esto, ambos progenitores podrán ejercer su función parental desde la cooperación y la colaboración, empezando por la redefinición de su relación como padres, que se modifica después de la separación, afectando a las actividades que cada progenitor desempaña.

Una actitud madura y responsable por parte de los padres asumiendo la importancia de la coparentalidad, influye decisivamente en la adaptación de los hijos a la nueva situación. Los/as hijos/as se acostumbrarán a tener dos casas y aprenderán a comportarse de manera adecuada con el padre y con la madre a pesar de las posibles diferencias en las pautas educativas y los valores entre ellos.

Es importante que ambos progenitores posean habilidades educativas eficaces para prevenir problemas de comportamiento de los menores que se originen como consecuencia de la separación, aplicando ambos estrategias de disciplina eficaces, estableciendo un ambiente organizado y predecible, permitiendo a los hijos un cierto funcionamiento autónomo y facilitando que se establezcan relaciones de apoyo entre los hijos y con el otro progenitor.

Es fundamental pues, que ambos, padre y madre, comprendan en qué medida sus pautas educativas y de comunicación afectan a sus hijos/as. 

En Estados Unidos existen programas de intervención dirigidos a madres y padres con la custodia, dirigidos a padres y madres sin la custodia y dirigidos a familias reconstruidas que han demostrado sus efectos positivos tanto en los progenitores como en los/as hijos/as

 A lo largo de la separación y cuando las reacciones y las situaciones de crisis se desbordan, es bueno pedir ayuda a profesionales como psicólogos, mediadores familiares o educadores que pueden dar apoyo a padres e hijos en el proceso que están viviendo.






Cristina Enseñat Forteza-Rey 
Psicóloga General sanitaria
Orientadora Familiar


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miércoles, 2 de marzo de 2016

Cuando los hijos se van de casa



Según el estudio Jóvenes y emancipación en España elaborado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) y la Obra Social Caja Madrid el 54,4% de los jóvenes españoles entre 18 y 34 años viven con sus padres, debido principalmente a la falta de ingresos por el elevado paro y el empleo precario. Sin embargo todo llega.

Hoy en día la adolescencia se ha ampliado tanto por su inicio precoz, como por el final que se demora mucho más que es épocas anteriores. Asistimos a un aplazamiento de la salida de los hijos e hijas del hogar paterno, incluso en ocasiones, después de la emancipación se dan periodos de vuelta a la casa paterna, motivados por la inestabilidad laboral y por la creciente inestabilidad de los vínculos de pareja, en lo que se ha dado en llamar “síndrome de la puerta giratoria”.

Pero, antes o después, los hijos se independizan. Y lo que para ellos va a suponer una intensa experiencia, cargada de nuevas vivencias, tal vez nuevos amigos y nuevos lugares en los que construir una vida nueva. Para los padres puede convertirse en un momento complicado en sus vidas, difícil de asumir, llegando a sentir tristeza, soledad, vacío y sensación de incertidumbre, como si hubieran perdido la dirección de sus vidas. Estos sentimientos se mezclan con otras emociones positivas, como el orgullo por los hijos, incluso el alivio por poder, por fin, dedicarse a si mismos y a su pareja. Estas reacciones emocionales son normales ante lo que los padres viven como una pérdida, pero suelen ser pasajeras y van desapareciendo a medida que la familia se va adaptando a la nueva situación. 

Es preciso, en estos momentos, aprender a afrontar esta nueva realidad, acoplando los sentimientos positivos, con otros como la nostalgia y la pena de que tu hijo ya no viva contigo. Para esto hay que reconocer y aceptar que la pérdida produce dolor. Y aceptar el cambio de roles y de responsabilidades con una visión positiva, vivir el proceso de cambio como algo normal y darse tiempo para que cada uno se adapte.

Cada etapa de nuestra vida tiene ingredientes positivos, se trata de enfocar en ellos y no en lo que ha quedado atrás. Realmente esta etapa puede ser una oportunidad para desarrollar las actividades que durante la etapa de crianza de los hijos se dejaron de lado por falta de tiempo y para reinventar la relación con la pareja, comunicarse más, volver a ser amigos además de pareja, retomar los momentos íntimos y buscar actividades de ocio comunes. 

Construir nuestro presente y futuro con lo mejor de nuestras nuevas circunstancias, nos permitirá ser más felices







Cristina Enseñat Forteza-Rey
Psicóloga General Sanitaria
orientadora Familiar



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• No huir del “duelo”, sino afrontarlo y superarlo. Ya no somos padres de hijos e hijas en crianza, sino de hijos e hijas independientes, pero seguimos siendo sus padres. Ellos tienen otros intereses y necesidades. Tienen su propio proyecto de vida ¡y nosotros, el nuestro!

• Podemos tener más tiempo para nosotros. ¿En qué y cómo queremos emplearlo? Es un momento idóneo para recuperar o iniciar aficiones, para cultivar o ampliar relaciones...que nos lleven a cambiar el vacío y la nostalgia por proyectos.

• Sentirnos nosotros mismos es el objetivo. Recuperar nuestro cuidado físico, psicológico, cultural...

• Incorporar “rituales familiares” nuevos, que nos permitan reinventar y cultivar los vínculos paterno-filiales (¿comida de domingo?)


Fuente: Orientaciones para afrontar los conflictos y dificultades familiares. Manual para padres y madres. CEAPA.







Cristina Enseñat Forteza-Rey
Psicóloga General sanitaria
Orientadora Familiar



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