martes, 21 de junio de 2016

¿Cómo funcionan las familias donde los hijos dominan a los padres?



En los últimos años, se ha producido un preocupante aumento del número de denuncias en los servicios sociales y judiciales por parte de padres que sufren violencia de parte de sus hijos.

Esta violencia de los hijos hacia los pares alcanza su máximo nivel y se hace más evidente en la adolescencia. Sin embargo, esta situación es el fruto de determinados patrones de interacción familiar contraproducentes, que son los que propician que los hijos e hijas se conviertan primero en niños caprichosos y después en adolescentes déspotas, incluso violentos. 

Conocer, identificar y romper esos patrones, se hace imprescindible para reconducir la situación y encontrar una solución.

¿Cómo son los hijos que ejercen la violencia sobre sus padres? 

Para estos hijos/as, la satisfacción de sus propios intereses es su principal objetivo y la agresividad es su manera de conseguirlo. Son personas egocéntricas, con baja tolerancia a la frustración, ira y falta de empatía. Se sienten espaciales y carecen de normas morales de convivencia. No aceptan responsabilidades ni exigencias y generalmente rechazan cualquier actividad educativa o formativa. Los demás, son para ellos un instrumento para satisfacer sus deseos y cuando se resisten a serlo se convierten en un obstáculo con el que hay que enfrentarse o del que hay que librarse, por qué no admiten otros puntos de vista, ni necesidades, más que las suyas. Y consideran el hogar familiar como un alojamiento con todas las ventajas y ninguna responsabilidad que asumir, llegando a ser verdaderos déspotas con sus padres.




¿Cómo son los padres que reciben la violencia de sus hijos?

En estas familias, generalmente encontramos una relación tan igualitaria entre los padres y los hijos que acaba produciendo un desequilibrio en la relación entre estos muy relacionado con el desarrollo de este tipo de conductas.

O bien son padres que, por convencimiento, evitan ser vistos por sus hijos como autoridad, y se autodefinen como amigos o compañeros de sus hijos. Padres que eluden imponer reglas y normas, que prescinden de cualquier tipo de privación por qué creen que daña la autoestima de sus hijos, que piensan que el crecimiento está en la libertad, y que tratan de evitar la frustración en sus hijos.

O bien, encontramos padres que proporcionan una guía y supervisión parental inadecuadas, en la que el adolescente asume una excesiva autonomía para la que no está todavía preparado, que fácilmente deriva en violencia. Con una falta de estructura jerárquica entre padres e hijos que dificulta el establecimiento claro y coherente de normas y límites.

A partir de estos estilos encontramos:

Familias en las que prevalece un estilo permisivo-liberal, sobreprotector y sin normas consistentes. El exceso de protección y la alta permisividad impiden ejercer su autoridad a los padres, los deseos de los niños suelen ser satisfechos inmediatamente y se les evita cualquier tarea que requiera un mínimo esfuerzo y con normas inconsistentes y contradictorias. Originando adolescentes con muy baja capacidad de tolerar la frustración, cada vez más exigentes, al mismo tiempo que sus padres van renunciando a su autoridad y finalmente se ven incapaces de frenar los comportamientos violentos de sus hijos.

Familias, al contrario, donde predomina un estilo autoritario-represivo, con interacciones muy rígidas y agresivas en las que se aprende que el uso de la violencia facilita conseguir lo que uno quiere. El control parental se ejerce de manera inflexible, mediante castigos corporales, humillaciones y rechazos. Lo que provoca en los adolescentes resentimiento, rechazo y frustración, llegando a recurrir a la violencia para rebelarse o incluso vengarse de sus padres.

 

También familias donde predomina un estilo negligente-ausente, donde los padres son incapaces de desempeñar su rol parental y los hijos asumen responsabilidades de adulto. Suelen ser familias que están viviendo un gran estrés familiar, que hace que se descuiden las funciones y roles de los adultos. Esta carga puede ser insoportable para algunos adolescentes que recurren a la violencia para rechazar este rol que no les corresponde.

En todos estos casos encontramos un cambio en las relaciones de poder de la familia, que se repite en las situaciones de violencia. Se refuerza gradualmente la inversión en la jerarquía de poder cuando los hijos perciben que sus conductas atemorizan a sus padres y estos, a la vez, cambian su rol de autoridad por el de víctimas.








Cristina Enseñat Forteza-Rey
Psicóloga General Sanitaria
Orientadora Familiar



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